sábado, 20 de octubre de 2012

LA REALIDAD DE UNA ÉPOCA



LA  REALIDAD  DE  UNA  ÉPOCA
( la persona a la que se refiere este artículo, en respeto al derecho a su confidencialidad, prefiere no exponer ninguna fotografía de su persona)

Esta pequeña historia, es  parte de la vida de una persona que como tantas, sufrió los rigores de la denominada “posguerra”,  una época llena sinsabores, miserias y constante incertidumbre por los abusos,  represalias y en definitiva todo tipo de carencias provocadas de un lado por la política de autarquía instaurada por el régimen, en durísimas condiciones por la situación de derrumbe y abandono de los sistemas productivos y de otro, el aislacionismo al que se verá sometido nuestro país por la mayoría de los Estados democráticos del mundo, agravando aún más el problema.

Comienza en el año 1935 en San Fernando de Henares, por aquel entonces un  pequeño pueblo de Madrid, en el seno de una familia muy humilde, emigrantes de otra región más al norte del país, concretamente de una aldea llamada Villanueva de la Peña, en Palencia, donde las condiciones de vida eran insoportables y que por recomendación de un amigo, su padre, encontró la manera de mantener a su familia trabajando como peón de una finca en la comarca del Henares. María Cleofé, que así se llama la protagonista,  era la cuarta de una familia de ocho hermanos y me cuenta como anécdota que su padre, al ser tantos y a necesitar a toda la familia para cualquier tipo de exigencia documentaria, como por ejemplo el carnet de familia numerosa, llamaba al hijo del vecino para acreditar con su presencia o a través de una foto que efectivamente era la cantidad de hijos que decía tener, situación que se daba, me cuenta, por la “repartición” de hijos en colegios internos.

Empezó a estudiar a la edad de nueve años, en un colegio público llamado Isabel Clara Eugenia, en el pueblo de Hortaleza. Este colegio era de régimen interno, por lo que María Cleofé sólo veía a sus padres en periodo de vacaciones. Su situación era la típica de los colegios de posguerra, humilde y con grandes carencias materiales, con un gran patio cerrado, dos pabellones (uno para aulas de estudio y otro como dormitorios) y que paradójicamente disponía de una alberca que servía a modo de piscina en época estival.  Recuerda que la mayoría de los alumnos eran huérfanos y que no era capaz de ver en su memoria algún dato que no fuera …”faltos de ropa y algo de a hambre…”, pero si recuerda la edad de sus compañeros que iban desde los nueve años hasta los catorce, difuminándose en su memoria y sin mucha seguridad, esta última. Las aulas, no muy grandes, con ventanales muy luminosos, las ocupaban entre cuarenta y cincuenta alumnos, sentados donde podían. Una única maestra,” la señorita”, de la que no recuerda su nombre, por  la que tenía un gran respeto y se dirigía como “señorita”, impartía las asignaturas de Geografía e Historia, Matemáticas, Lenguaje y Religión,  con turno de mañana y tarde. Estas asignaturas se apoyaban en lecciones, ejercicios y preguntas al respecto; tampoco recuerda con exactitud cómo era su forma de enseñarles, pero vuele a insistirme en la rigidez y orden como característica más acusada. Utilizaba un cuaderno, algún lápiz por el que miraba con gran esmero,  pinturas y mapas. Cuenta que la que más le gustaba era clase de Historia y que las demás no tanto, …”pero es que además no te podías plantear otra cosa, es lo que había”, hasta que cumplieras los catorce, quedándose de nuevo con la duda sobre la veracidad de ésta.

Recuerda con gran claridad lo que hacían un día cualquiera. Cuando se levantaban por las mañanas,  lo primero que hacían era ventilar las camas (insistiéndome, que desde entonces, se le quedó grabado a fuego cómo hacerlas y la repercusión que tenía si no lo hacías)…” bañarnos con agua helada”…, ir a desayunar lo que tocase, asistir a clase y después de comer, seguían hasta aproximadamente la cinco de la tarde.  Posteriormente y aunque no se les podía denominar como las actividades extraescolares de hoy día, asistían a clases de baile, canto y deporte… “algo parecido al baloncesto”…, (me dice).

La influencia religiosa era palpable, con crucifijos en clase, dormitorios, comedores y aunque no fuese un colegio tutelado por la iglesia, siempre asistían a algún acto relacionado con la misma  como por ejemplo los domingos, yendo a la capilla del pueblo …”cantando canciones de La Falange”…, por lo que la influencia política del nuevo régimen iba calando sobre sus jóvenes mentes.

Me habla de cómo eran los castigos, que a diferencia de otras experiencias, me asegura que …”nunca le pegaron ninguna bofetada ni nada que se le pareciese”…(que ella recordara) aunque sí de tipos de castigos-casi siempre por …” hablar más de la cuenta”  en clase-como por ejemplo, quedarse sin postre, quedarse de rodillas, sin recreo, sin ir a pasear al campo con la maestra, escribir en cien veces no haré tal cosa, entre otros.

Le pregunto si a ella, le sirvió “de algo” aquellos años, en la escuela, lejos de tu familia y no precisamente en inmejorables condiciones para algo provechoso en su vida,  respondiéndome:  “ ¡hombre sí,  para ingresar posteriormente en el Bachiller y encontrar mi primer trabajo como institutriz de una niña deficiente mental, con la que hice lo que pude”… .

Y después de una bonita charla, entre cortada por algunas carcajadas de ambos y porque no, también de alguna mirada perdida, buscando en el horizonte algún dato, alguna experiencia borrada de su limpia y clara frente, le pregunto:  Cleofé, ¿qué destacarías de este tema que te acabo de preguntar?, a lo que me responde: “sí, para saber lo corta que es la vida y lo larga que se hace en algunos momentos”.

Autor:   Jorge Elviro Bravo Montero.
Asignatura:   Hª de la Educación
Curso:   1ºD

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