martes, 23 de octubre de 2012

El abuelito Miguel en la escuela



El abuelito Miguel en la escuela

En el silloncito de su casa nos espera el abuelito Miguel, de 79 años, de nombre completo Miguel Ponce Palomo nos contó que nació en el año 1933 en medio del caos de la II República. Su infancia quedó marcada por el hambre durante la Guerra Civil española. Cuenta que su familia era pobre, que eran muchos hermanos y que su madre se quedó viuda: perdió a su padre por ‘’rojo’’, lo mataron en la guerra.

A día de hoy vive rodeado de sus hijas y nietos en plena democracia. Miguel, vivo recuerdo de la II República, superviviente de la guerra, espectador de la transición culmina su vejez en plena democracia.

Miguel se remonta a su infancia y comienza a contarnos su paso por la escuela. Comenzó a los 4 años, pero no llegó a terminar los estudios. Nacido en Málaga fue llevado al colegio de la Misericordia que según nos cuenta, era un colegio de monjas mantenido por el estado para los niños huérfanos en la guerra. 

Recuerda que el colegio era muy grande con tres patios para las diferentes edades de los niños que eran apelotonados más o menos por grupos de edades. Era grande el colegio, pero también austero y pobre. Las monjas mantenían como podían a los huérfanos y les daban una ‘’educación’’. Miguel nunca sintió que la escuela sirviera para algo y tampoco vio beneficios de estar allí, no sentía que le educaran, no aprendía nada, por ello se escapó a los 10 años, quería tener un oficio y ser alguien en la vida.


Lo que más recuerda Miguel, era el hambre que pasaban. Las comidas tenían bichos, no había higiene por los alimentos e incluso del hambre, les obligaban a cenar solamente una naranja, incluida su cascara.

El colegio también tenía una capilla para rezar. Las habitaciones de los niños, las describe como cuarteles viejos y con camas apelotonadas.

‘’ Todos los días nos levantaban a las cinco de la mañana, teníamos que ir a la capilla a escuchar misa entorno a las seis y después de desayunar comenzaban las clases. Después de comer a eso de las cinco, teníamos que rezar el rosario todos juntos. Volvíamos de nuevo a las clases y que yo recuerde sobre las ocho de la tarde ya estábamos en la cama esperando el día siguiente.
Nunca podíamos salir de la escuela, era un internado, solo veíamos a las familias el día de noche buena y noche vieja, el resto del año lo pasábamos encerrados entre esas 4 paredes. Que yo recuerde, las salidas que hacíamos eran para el torneo de fútbol y durante el verano, antes del desayuno sobre las seis de la mañana, nos obligaban a ir a la playa y meternos en el agua durante un tiempo, no teníamos bañador propio y solo habían unos cuantos para todos que nos íbamos turnando. ‘’

Las clases eran sencillas, se distribuían por parejas y cada pupitre tenía un tintero y una pluma para escribir. Los estudios los impartían las propias monjas, las cuales se dedicaban a la enseñanza de la lectura, escritura y cálculo. Las clases estaban divididas en niños por un lado y las niñas por otro. Miguel tiene constancia de que en el colegio había niñas, pero no mantenían contacto en ningún momento entre ellos. Que el recuerde, le enseñaron a escribir, leer, realizar cuentas básicas y un poco de geografía de España. Haciendo memoria, nos cuenta que de vez en cuando se celebraban unas actividades deportivas, que consistía en unos campeonatos de fútbol entre colegios en Segalerva.
Nuestro protagonista no recuerda ningún momento feliz en la escuela, no le gustaba ninguna asignatura y piensa que no hubiera llegado a nada si se hubiese quedado:

‘’ ¿Qué utilidad tenía la escuela? Las monjas solo se dedicaban a dictar continuamente textos, frases y palabras para que aprendiésemos a escribir, nos hacían leer esos mismos textos que escribíamos y para el cálculo, lo único que hacíamos era hacer cuentas y más cuentas, todo repetitivo. Y en geografía solo le interesaban que tuviésemos muy claro los mapas políticos y geográficos de España para que lo recitáramos como loros ’’

Miguel tristemente nos cuenta como en la escuela se imponía castigos violentos. Si te portabas mal o hacías una trastada, los castigos podían ser desde estar de pie mirando a la pared, hasta pegarte con llaves de hierro en los nudillos. Pero la persona a la que más temían los niños, era al senador, una especie de conserje encargado de mantener y vigilar la escuela, el cual tenía el privilegio de imponer castigos muy severos a los niños, simplemente por hacer cosas de niños.

Finalmente, Miguel concluye la entrevista contándonos cómo a los 10 años se escapó porque no aguantaba más aquello, si a los 3 días de irte no aparecías, no podías ser volver admitido en el cole, así fue como Miguel escapó de aquello y comenzó a colocarse en trabajos como en el oficio de artesanos o en una frutería. Poco a poco se fue haciendo con un oficio, formó su familia y a día de hoy vive felizmente para contarnos su historia.

Jesús Camero de Haro  
1ºD Grado en Educación Primaria

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