miércoles, 24 de octubre de 2012

LA ESCUELA DE MARÍA

María Orejuela nació en enero de 1936 en Cártama, un pueblo de Málaga. Era hija única, por lo que su infancia no fue muy “apurada”. Entró con 4 años (más pronto que otras niñas) en una “escuela particular”. Una maestra (Celia) daba clases en el salón de su casa a las hijas de las familias más adineradas.

Cuando ella salió de la escuela particular con 7 años, entró en la escuela pública pero debido a su avanzado nivel no fue con las niñas de su edad, sino con las más mayores, por lo que era la más pequeña de toda la clase.

Había 3 colegios en Cártama. El de los niños, que les daba clases un maestro. Su mujer (Mercedes), maestra también, daba las clases a las niñas de unos 7 u 8 años y otra (Ana), a las niñas un poco más mayores (hasta los 14 años).

El colegio, aunque público, no tenía nombre. Se encontraba en la plaza del pueblo (al lado de la iglesia y de la casa del párroco) muy cerca de su casa, por lo que iba andando. Era la primera planta de una gran casa particular donada como colegio. En toda la clase había unas 16 chicas y todas las asignaturas las daba una sola maestra.

María nos contó que los pupitres se organizaban en: “si eras de las más listas de la clase, te sentaban en los pupitres de delante, y si no, en los más alejados de la mesa del profesor. Yo estaba en la primera fila”.

Como materiales, utilizaban cuadernos (de un renglón primero y de dos después), pluma y tinta. Tenían una botella con tinta a la que le hicieron una muñeca al tapón. “Estábamos deseando llegar a clase para llenar el tintero con la muñeca y la profesora nos regañaba porque lo gastábamos en un momento”, cuenta riendo. El lápiz llegó más tarde. “La que tenía una caja de 6 lápices de colores, era una cosa extraordinaria en esos momentos” recuerda.

A lo largo del período escolar, María pasó por diversas maestras “algunas mejores que otras, unas más modernas y otras más antiguas, más a la religión”dice. Ella cuenta que siempre ha sido una niña muy buena, estudiosa y responsable. “Las maestras estaban loquitas de contenta conmigo” dice recordando los buenos momentos. A una de las que recuerda con más cariño es Amelia, una maestra joven y moderna para su época con la que disfrutaban mucho de los ratos libres, pero que debido a su juventud y sus ganas de divertirse, no fue muy bien recibida por la población católica. Cuenta que “le gustaba mucho el jaleo y la fiesta. Después de las clases, al anochecer, sus amigos iban con guitarras al patio de su casa y montaban un baile al que invitaba a todas sus alumnas. El cura del pueblo le llamó la atención. Ella contestó que si a la hora de ir a misa, todas iban a misa; a la hora de divertirse, todas debían divertirse”. Con esa
respuesta se ganó el amor de todas sus alumnas. Otra maestra que recuerda con orgullo es Dolores, “porque era una maestra que estaba por enseñar, que de verdad le gustaba su profesión”, señala. “Las maestras no solían castigar, y si lo hacían, era escribiendo, mandando copias”.

Cuando salió del colegio (con 14 años) la profesora le pidió que siguiera con ella para ayudarla a corregir dictados y dar clases a las niñas que por motivos de trabajo no podían asistir a clases. Estuvo 2 años ayudándole.

Había mucho entusiasmo a la hora de estudiar, porque como no todas lo podían hacer, las que tenían esa suerte la aprovechaban al máximo.

Las clases eran de lunes a viernes de 9:00 a 13:00 h. Después de almorzar, volvían a las 14:30 h. y se iban a las 17:00 h. Los sábados también habían clases de 09:00 a 13:00 h. No había descansos. Nada más entrar, debían rezar y a continuación comenzaban las clases con los dictados y después las cuentas. Tras almorzar, volvían a rezar y seguían con la tarea. Por último, acababan con las lecciones que debían memorizar.

Con respecto a las asignaturas, no había ninguna clasificación como tal, no se llamaban Lengua castellana y literatura, Matemáticas, Naturaleza... Estudiaban un libro llamado “Enciclopedia 1º” (y si estabas más avanzado, “Enciclopedia 2º”). Sobre todo hacían dictados, cuentas y algo de geografía. Después de los dictados, hacían dibujos. A ella lo que mejor se le daba era hacer dictados, y lo que peor, memorizar. La religión condicionaba casi todo dado a la cercanía de la iglesia y la vivienda del párroco.

Realizaban excursiones a los alrededores con los sacerdotes “La excursión más larga que hicimos fue a Vélez Málaga. Íbamos en camionetas descubiertas y los chicos debían ir separados de las chicas. Cantábamos y nos lo pasábamos muy bien, aunque no lo hacíamos muy a menudo”, recuerda.

También había a veces un comedor para los niños más desfavorecidos puesto por el gobierno, y a los que hacían la comunión, les daban un desayuno de chocolate y magdalenas.

Al contar esto, María recuerda todo lo que ha realizado gracias a sus años de escuela, cómo le ha servido saber leer y escribir para su día a día. A veces no comprende cómo los chicos de hoy día no aprovechan y valoran lo que tienen.

Marta Bedoya Sánchez 1º D Ed. Primaria

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