miércoles, 2 de noviembre de 2011

HISTORIA DE VIDA DE ALCIRA JIMENEZ ESCOBAR

La etapa escolar de Alcira Jiménez Escobar, de 78 años, tuvo lugar durante la dictadura del general Franco (1936-1975). El régimen político impuesto en España a partir de la guerra civil no se preocupó de diseñar un sistema escolar distinto del preexistente.
Durante la etapa anterior, la Segunda República (1931-1936), la Constitución republicana proclamó la escuela única, la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, la libertad de cátedra y la laicidad de la enseñanza. Además estableció que los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial serían funcionarios y que se legislarían con el fin de facilitar a los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los grados de enseñanza.
En los primeros años de la dictadura, sin embargo, la educación sólo interesó al Gobierno como vehículo transmisor de ideología, sin importarle en exceso su organización y estructura interna. Así, proliferaron decretos y órdenes ministeriales con una sola idea: la educación debía ser católica y patriótica. Existió, por tanto, un rechazo frontal a la política educativa de la República y se definió una enseñanza confesional católica y un adoctrinamiento político de la educación.
Al margen de todo esto, Alcira, nació en el año 1932. Para ella, la escuela fue una anécdota más en su larga vida, pero no el eje vertebrador tal y como se concibe en la actualidad. Alcira nació, creció y ha vivido siempre en una pedanía de Sierra Almijara llamada El Rescate, perteneciente al Término Municipal de Almuñécar y a unos 10 kilómetros del pueblo más cercano.
A continuación expongo la narración de las respuestas de Alcira a mis preguntas durante la entrevista.

Cuando tenía 4 años empezó la guerra, pero eso allí no se notó, en el campo aquello no se notaba, todos seguíamos viviendo de lo mismo, de la agricultura.
Donde yo vivía, no había escuelas. Recuerdo mi primer maestro, cuando tenía unos 6 o 7 años, “Don Añonramo”. El maestro iba de casa en casa y enseñaba a los pocos niños que había. Recuerdo que los mayores se reían de él y cuando llegaba a la casa nos escondíamos porque no nos caía muy bien. Los padres le daban poca cosa al maestro, un tanto todos los meses, pero no mucho.
Don Añonramo permaneció poco tiempo por estas montañas, y más tarde llegó una mujer, Doña Emilia, soltera, de unos cincuenta y tantos años, que se quedó allí fija, en una casa que le cedieron para enseñar y donde ella vivía. Como aquello no era una “escuela” (entendida como hoy día), allí todo el mundo iba, unos con 6 años, otros con 8, otros con 10, otros con 12, etcétera, todos en la misma clase. Éramos unos 14 alumnos aproximadamente. Allí se encontraban todos: los de Rescate, los de El Sabuco, los de Las Piletas, en resumen, los niños de las pedanías cercanas. Por supuesto íbamos a la escuela andando, aunque no estaba muy lejos, a un kilómetro más o menos de mi casa.
“Esa mujer no era maestra maestra, pero sabía”. No tenía oposiciones ni nada, alguien la recomendaría y se vino aquí. Recuerdo que la trajo un hombre en mulo, pero no recuerdo quién la buscó, si ese hombre la buscó para sus hijos y ya se quedó aquí, o si es que ya la conocía, pero ese señor la traía y la llevaba cuando ella lo necesitaba a la Herradura o a otro lugar donde ella cogía “los coches” (autobuses). A Doña Emilia había que pagarle, eso no era por el Estado, una gorda al día, aunque no era mucho. Había muchos niños que no iban porque no tenían ni para pagar una gorda, y eso era lo primero que había que darle en la mano a la maestra al llegar cada día.
Doña Emilia algo había estudiado pero no tenía la carrera terminada, aquí eran “como aprendices”, no venían maestros con la carrera terminada. En Almuñecar si había escuelas y maestros. No sé si el ayuntamiento le daría algo para vivir ya que una gorda por alumno era bastante poco en aquella época. Las madres le ayudaban mandando a través de los niños aceite, patatas, bollos de pan si amasaban, huevos, y lo que la tierra diera en cada momento. Así, la relación de los padres con los maestros era cordial y de total respeto.
Todos los niños íbamos a casa de la maestra por las mañanas, sobre las 9 empezábamos y al medio día salíamos para ir a comer a casa. Todos los días menos los domingos. “Íbamos limpicos a la escuela, siempre había una ropilla para ir de la escuela guardá, si te la ensuciabas cuando llegabas a casa te la quitabas y a lavar”. Además teníamos un descanso, el recreo, durante el cual la profesora mandaba a algunos de nosotros al nacimiento del río a por agua con un botijo, y también a por leña. Al recreo solíamos llevar pan con aceite para comer.
El material que usábamos en clase no era como el de ahora, no había mesas de escuela, sino mesas normales y a veces incluso teníamos que llevar una silla. No había una pizarra en la pared, sino pequeñas pizarras que cada niño usaba. Todos teníamos una pizarra, un cuaderno, una cartilla y un lápiz que nuestros padres compraban. La maestra tenía algunos libros, como El Manuscrito, “que se usaba cuando se sabía más”, y una enciclopedia para los que sabían mucho. No teníamos asignaturas, aprendíamos nada más que a leer, escribir y la tabla de cuentas (sumar, multiplicar, restar, etcétera). En clase dábamos la primera cartilla, la segunda cartilla, y así sucesivamente. En cuanto al método que utilizaba, la maestra iba poniendo “muestras” a cada uno según su edad y el ritmo que llevara. Las muestras era lo que teníamos que hacer, lo que debíamos copiar y aprendernos, y luego te lo preguntaba.
La figura del maestro, era muy respetada, aunque por detrás los más grandes se reían de ella. Había que respetar lo que ella dijera. Si hablaba alguno la maestra les castigaba y les tiraba de las orejas, “se las pillaba y se las arrancaba”. Recuerdo que Emilia, a diferencia de mi anterior maestro, si pegaba, aunque que a mí nunca me pegó (señala con orgullo), pues no tuvo motivos, yo me portaba muy bien. A los más mayores los ponía de rodillas en el suelo durante horas. Los niños diableaban más que las niñas.
Doña Emilia no era muy cariñosa, era una mujer muy activa, “muy peleanta”, peleaba en la clase si alguno no hacía algo que a ella le gustaba. No le teníamos mucho cariño, estábamos deseando terminar para salir. Lo que más me gustaba de la escuela era estar con mi amiga, Lola la de El Sabuco. Recuerdo que tenía “esa cosilla” todas las mañanas de ir a la escuela con ella, siempre íbamos juntas (Este es el recuerdo más entrañable que conserva de aquella época, tal y como reflejaba la expresión de su cara).
En clase rezábamos todos los días, era lo primero que hacíamos nada más llegar. Además la maestra explicaba también cosas de dios (no se acuerda muy bien) y cuando nos íbamos también teníamos que rezar, salíamos todos por el caminillo “pa lante” rezando y ya cada uno tiraba para su casa. De política nada, no se hablaba nada (que ella recuerde).
Cuando esa mujer se fue, porque estaba mala del corazón, yo tenía unos 10 años. Con esa edad ya iba a las almendras, pero a lo de mis padres, en mi casa ayudaba a mis padres a recoger lo que había. Más tarde había una mujer por aquí que también sabía, llamada Justa, era viuda, y nos enseñó algo. Con Justa hicimos una excursión (que Alcira recuerda con mucha ilusión), la única. La mujer dispuso de llevarlos a lo hondo del río a casa de una familia con la que ella tenía mucha amistad y a las niñas les hicieron un babero blanco a cada una, abierto por detrás con sus botones. Hasta los 13 años fui con Justa,” y eso fue lo último que estuve en la escuela”.
Dejé de estudiar con 10 o 12 años. Entonces aquí no se estudiaba (remarca Alcira como si quisiera justificarse). Ninguno de los de mi clase estudió una carrera. A mi me gustaba regular estudiar, aunque cuando me ponía a leer tenía desparpajo, pero luego afición para quedarme no.
Los estudios de la escuela me han servido para mis apaños: si he tenido que firmar, escribir o comprar, para lo más preciso.”

Alcira Jiménez Escobar


María Estela García Jiménez

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