Os
presento la historia de Antonia Polo Sánchez (a la que en adelante me referiré como
Nita), de 82 años de edad. Nacida en
1930 y criada en el pueblo de Casarabonela (situado en la Sierra de las Nieves,
Málaga). Su infancia transcurre durante los primeros años del gobierno de la
segunda republica de España y, tras los cuales comienzan los difíciles tiempos de
la guerra civil y la posterior dictadura que la sigue. Hija de Pedro Polo y Ana
Sánchez, él primero agricultor y la segunda ama de casa. Además, tenía un
hermano mayor llamado Antonio.
En
este contexto comienza la educación de Nita. Comenzando la “escuela” con los 6 años, justo al inicio de la guerra civil. Su
escuela consistía en un local facilitado por un bar adjunto que se encontraba
en la plaza central del pueblo y que estaba dotado de varias mesas y sillas del
propio bar. Además, esta habitación daba a un pequeño patio trasero que les servía
de zona de juego y ocio. En su clase se encontraban los hijos e hijas de sus
vecinos y, por tanto, sus amigos de siempre. Esta clase estaba impartida por la
señorita Lourdes, una mujer joven, cuyo padre ostentaba un cargo público, y que fue la que se preocupo de que se pudiera facilitar un lugar para dar clases.
Aunque,
en la clase no había más de 15 alumnos/as, los había de varias edades y de ambos sexos. Desde
los que tenían 5, como Nita (mi abuela), hasta los que tenían los 9 o 10 años,
aunque la mayoría que llegaban a cumplir esa edad solían dejar la escuela para
empezar a trabajar con sus padres o madres. Las clases empezaban sobre las 9 de
la mañana y continuaban hasta las 1 del mediodía (aunque este dato no es del
todo seguro, ya que, debido al tiempo que ha transcurrido desde entonces no es
del todo fiable). Estas clases consistían en lo que podríamos catalogar como 4
asignaturas: 1) Escritura, 2) Lectura, 3) Operaciones matemáticas y 4) Labores.
La primera consistía en un dictado, la segunda en leer unos cuentos, después sumas
y restas y, por último, realizaban diferentes tareas como: coser (para las
niñas) y realizar objetos de esparto o cerámica (para los niños).
La
rutina diaria de la clase solía ser la de entrar todos juntos a clase, recitar
alguna oración entre todos y, seguidamente cada uno cogía un papel y un lápiz (aunque
al no haber lápices de madera para todos algunos tenían que conformarse con las
ceras de colorear), entonces comenzaba el dictado de un texto, tras lo cual
realizaban la lectura de algún cuento que hubiesen traído o de otro libro de la
profesora. Después de estas clases hacían sumas y restas y, por último, tocaban
las tareas de manualidades. En algunas ocasiones, si terminaban pronto, podían
salir al patio trasero para jugar con los amigos hasta que llegasen sus madres
para llevárselos a casa.
Las
clases transcurrían de forma amena y divertida, ya que, a pesar de que tenían
que dar clases la profesora los trataba con mucha dulzura y dedicación y, si
tenían algún problema ella los ayudaba de forma amable tantas veces como
hiciera falta. También solía utilizar como ejemplo de una explicación cosas típicas
de los oficios de los padres de los alumnos. Aunque, la profesora fuese afable, no quiere
decir que no los castigasen si se portaban mal. Normalmente si hacían algo indebido
se los castigaba con quedarse algo más de tiempo para ayudar a limpiar a la
profesora y, por supuesto, se informaba a sus padres de lo que habían hecho.
En
una ocasión, cuando Nita tenía 8 años, iban ella y unas amigas sin nadie que las
acompañasen a la escuela y decidieron irse al parque que había junto a la plaza
a jugar. Cuando terminaron las clases se fueron para sus casas como si acabasen
de salir de la escuela. Pero lo que no sabía era que esa misma tarde la
profesora iba a ir a su casa para ver que le había pasado. Así que, además de
tener que quedarse durante el resto de la semana limpiando después de clase, le
dieron tal reprimenda que no volvió a faltar nunca más.
Un
tiempo después se dio lugar al que la misma Nita ha descrito como uno de los
mejores días de su vida. Era un viernes por la mañana y la profesora Lourdes,
sentada y con una cesta en el regazo, les informa que ese día no van a dar clases,
sino que van a hacer una excursión al campo. Así que se ponen en marcha, salen
del pueblo y se dirigen hacía el monte. Tras un tiempo caminando llegan a lo
alto de una loma y, entonces la profesora decide pararse. En ese momento saca
de la cesta pan y chocolate. Cada uno recibe un trozo y, algunos hasta pueden
repetir. Se pasan la mañana corriendo, jugando, etc… y, al llegar las 1 del
mediodía, la profesora indica que es hora de volver a casa, lo que va seguido
de un “¡Nooo!” general, pero comienzan a descender en dirección al pueblo con
una cierta desgana y tristeza.
Pocos
años después (teniendo los 10 años), Nita deja de ir a la escuela porque su
madre enferma gravemente y tiene que
cuidar de ella y de la casa. No obstante la profesora (que era conocida de su
madre, por ser esta la limpiadora en casa de la madre de la profesora), iba a
visitarla con bastante regularidad. En estas visitas solían leer juntas.
A
pesar de que Nita se dedico a la limpieza y cuidado de casas, esa “escuela” en la que estuvo durante 5
años la marco para toda la vida, siendo una de las épocas más felices de su
vida, ya que incluso a día de hoy sigue recordando, con una gran sonrisa en la
cara, algunos momentos vividos en aquella clase particular y de la que nunca se
olvidara. A aquella época le debe su afición a la lectura, aunque en los
últimos años (debido a las cataratas) a tenido que valerse de una persona que
le lea (yo) para poder disfrutar de los libros.
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