Os voy a contar la
historia de una mujer que nació en el año 1955, año donde en España al
finalizar la Guerra Civil Franco acaba con toda idea de liberalismo,
democracias y comunismo. El poder se concentra en el jefe del Estado, Franco, y
se concentra en tres vertientes: civil, militar y eclesiástica. La influencia
de la Iglesia era enorme, teníamos implantado un catolicismo conservador. Se
fomentaba la industria pero al mismo tiempo surgió el mercado negro debido a la
tasación de los precios. En 1955 España se incorporó a la ONU y recibió ayuda
económica de EEUU pero esto no evitó que entre 1956 y 1958 se produjeron muchas
protestas obreras provocada por la mala situación económica por la que pasaba
el estado. En los años sesenta se produjeron muchas emigraciones a Alemania y
Francia en busca de trabajo. En 1970 sale a la luz la ley general de educación
y al mismo tiempo Luis Carrero Blanco es asesinado, pieza clave para la
continuación del Régimen. En el 75 Franco cae enfermo y más tarde fallece,
dejando un Régimen en profunda crisis, Juan Carlo toma el poder. Por otro lado
se promulga la nueva ley antiterrorista que condenaba a los terroristas a la
pena capital, cosa que provocó gran revuelo internacional. En torno a estas
fechas se produjo también la marcha verde que terminó con la pérdida del
Sahara.
Hoy día esta señora tiene
57 años y aunque la primera impresión es que es una persona adulta y no una
anciana creo que su historia en relación con la educación que ella tuvo es al
menos curiosa y llamativa que os puede ofrecer el punto de vista de la
educación que recibían los niños y niñas que nacían y se criaban en los
cortijos, a las afueras de las ciudades e incluso de los pueblos, en el campo.
Isabel es la pequeña de
12 hermanos que junto a ella se criaron
en un entorno muy humilde,
concretamente en “El puerto de las eras”, terreno situado en la Serranía de
Ronda cercano a la localidad de Algatocín, en Málaga. Sus padres se criaron en
el seno de familias que no eran adineradas pero pudieron dejarles a ambos
tierras para poder cultivarlas, sembrarlas, tener y criar animales…en
definitiva un sitio donde poder hacer sus vidas y criar a sus hijos. Isabel
estuvo hasta los 18 años viviendo en el campo y a esta edad conoció a Juan en
un baile que se celebró en el cortijo de al lado (antiguamente se celebraban
bailes en los cortijos con el fin de reunirse los “vecinos”, las muchachas y
muchachos…y en muchas ocasiones se aprovechaba para afianzar alguno que otro
matrimonio), se casaron y se trasladaron a Algatocín donde residen actualmente.
Para que esta historia
sea más gratificante y enriquecedora quiero que sea la misma Isabel la que os
cuente su historia, así que os dejo con ella.
Hola a todos, mi nombre es Isabel, nací en el año 1955 y os
voy a contar un poco de la relación que tuvimos la educación y yo.
Hasta los 8 años fueron mis padres y hermanos los que
cuidaron de mí, pero a esta misma edad fui por primera vez a la escuela. La
escuela se encontraba a mucha distancia de la casa así que junto a mis hermanos
teníamos que ir andando atravesando veredas y cañadas, a veces andando otras
nos turnábamos durante el camino para subirnos a un mulo, pero claro esto
pasaba cuando mi padre no lo necesitaba. El lugar donde mi escuela estaba se
llamaba “las esillas”, era una escuela – capilla porque además de ser el lugar
donde todos los niños y niñas de los cortijos de la zona íbamos a aprender era
el lugar donde celebrábamos misa una vez al mes, donde la gente se casaba,
hacia la comunión, se bautizaba…Recuerdo que el edificio era como una pequeña
iglesia, como esa iglesia que todos dibujamos por primera vez cuando somos
pequeños, había tres divisiones, una habitación para los niños, otra para las
niñas y la capilla donde rezábamos todas las mañanas antes de entrar a la
habitación, además del patio del recreo donde jugábamos a la comba, a la
gallinita ciega, a la rayuela, a la flor de romero…y nos comíamos el desayuno. Los
niños y las niñas estábamos separados, solo nos veíamos en el recreo y en la
entrada o la salida, en cada pupitre nos sentábamos dos niñas y por supuesto la
edad aquí no importaba, había en clase niños y niñas de edades diferentes pero
claro solo había dos habitaciones para unos veintitantos que seriamos en total.
Éramos más niñas que niños pues ellos siempre faltaban mucho o directamente no
iban a la escuela porque tenían que ayudar en las labores del campo.
Fui muy poco a la escuela, menos de lo que os podéis imaginar
y menos de lo que hubiese querido. Entre a los ocho años, pero había años que
las maestras no venían, o si venían estaban dos o tres meses y se volvía a ir.
Por otro lado había días que tenía que ayudar a mis padres y hermanos a trillar
el trigo, limpiar la paja, hacer la matanza para poder comer todo el año,
cuidar las gallinas…
Os diré también que
mis maestras eran monjas que venían de Málaga, nunca tuve un maestro, llegaban
a la estación del tren situada en Cortes de la Frontera y los padres se
turnaban para llevarlas y traerlas a la estación con las bestias (mulos,
caballos, burros…), a veces se quedaban en alguna casa y otras iban y venían
todos los días. Poco a poco fueron faltando cada vez más hasta que un día
dejaron de venir sin más, pues estas escuelas iban desapareciendo debido a que
la gente empezaba a irse a vivir a los pueblos y cada vez quedábamos menos
niños. Hoy día el lugar donde yo “estudié” es un montón de escombros.
Un día normal en la escuela era más o menos así: recuerdo que
todas las mañanas al llegar al colegio, normalmente era a las 9 de la mañana,
nos ponían a niños y niñas en dos filas separadas, nos miraban las uñas, el
pelo, la ropa…asegurándose de que íbamos limpios. Luego rezábamos y a
continuación entrábamos cada uno en su habitación. Una vez en la habitación el
material de estudio primero el libro de “Paulito”, después “la cartilla” y
cuando superabas este último teníamos las enciclopedias que eran la I, la II y
no me acuerdo se había más porque yo me quedé en la II. Hacíamos copiados,
dictados, cuentas, aprendíamos las cuatro reglas (sumar, restar, multiplicar y
dividir), problemas, aprendíamos también oraciones y lo que teníamos que traer
aprendido al día siguiente o cuando tocara nos lo señalaba la monja en el libro
y luego nos sacaba a la palestra para que le dijéramos la lección, pero estas
nunca eran de historia, es más nunca di clases de historia. Por la mañana
dábamos esto pero por las tardes aprendíamos a coser, costura, bordados, etc. y
por la noche iban los muchachos y los hombres a la escuela, pero esto fue de
los últimos años. Creo que cuando Juan Carlos entro como Rey de España estas
escuelas de los campos empezaron a desaparecer. Yo también abandoné los
estudios para ayudar en la casa.
Los libros, el lápiz, las libretas, el bolígrafo… nos los
compraban nuestros padres, e iban pasando de mano en mano desde el más mayor al
más pequeño de los hermanos. Antiguamente existían los que nosotros llamábamos
“recoveros” que iban con los mulos por todos los cortijos vendiendo azúcar,
café, tabaco, diferentes materiales…y también el material y los libros para la
escuela.
La relación con las monjas era seria en las habitaciones y
divertida en las horas de recreo, había siempre que hablarle de usted, pedir
permiso para todo y por supuesto existían castigos que hoy día nos resultan
espantosos e impensables a todos. Castigos como pueden ser hincarse de rodillas
sobre dos garbanzos, mantener libros en la palma de la manos sin bajar los
brazos, golpes en las manos, "cachetazos"…y si llegabas a casa diciendo que te
habían aplicado algún castigo de estos los padres te daban otros, siempre
estaba presente la frase “algo habrás hecho”, en aquellos tiempos existía mucha
disciplina por todos lados. Por otro lado la relación entre padres y monjas era
escasa o nula, si se tenían que comunicar lo hacían a través de escritos en
nuestras libretas salvo casos de mucha importancia.
Deciros que también a veces íbamos de excursión a Algatocín o
a Benarrabá, o a coger flores en el mes de María…una vez nos llevaron a Málaga
una semana y aquello me pareció increíble, imaginaros niños y niñas que no
conocíamos otra cosa más que el campo cuando vimos por primera vez la playa,
aun tengo ese recuerdo tan bonito y grabado aunque tengo que reconocer que no
me metí en el agua porque me daba miedo.
En definitiva aquella escuela la llevaban hacia delante las
monjas y a pesar de todo gracias a ellas podíamos relacionarnos, aprender a
defendernos, civilizarnos…
Por último os contaré una anécdota que me pasó. Estábamos un
día en clase y una compañera se levantó de su asiento y vino a hablar conmigo,
después volvió a su lugar y enseguida dijo: “me han quitado mi bolígrafo”. Al
decir eso la monja mandó a registrar todos los cajones uno por uno y ¿sabéis
donde apareció el bolígrafo?, exacto, en mí cajón. Me pasé toda la mañana
mirando hacia la pared en una esquina, pero yo no se lo había quitado, ella lo
dejó allí. Al salir de la escuela nos peleamos y nos tiramos hasta piedras.
Ahora cuando recuerdo esta historia me rio.
ALUMNO:
Miguel Ángel Guillén Morales, Grado en Pedagogía, turno de tarde.
PROFESOR:
Pablo José Sánchez Morales.
ASIGNATURA: Historia
de la educación.
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