La persona entrevistada se trata de mi abuelo, nació
en 1934 durante la guerra civil en un pueblo de Málaga llamado Almogía, y donde
reside aún.
Su padre trabajó en varios oficios como agricultor,
ganadero y en la construcción. Y su madre fue ama de casa. Tenía tres hermanos
y dos hermanas. Los varones residen en Francia, ya que junto con mi abuelo
fueron a trabajar allí por pertenecer al bando republicano.
Al preguntarle por su infancia, contestó con
tristeza que al ser una familia muy humilde, su infancia la pasó trabajando,
salvo un día el cual me relató con gran entusiasmo.
Su madre lo apunto junto a su hermano Diego a la escuela,
estaban emocionados por ir. Mi abuelo tenía 7 años y su hermano 6. El colegio
se trataba de un salón, había varias banquetas y una pizarra. Al ser una sola
sala, la clase era de distintas edades. Solo había un profesor y en la clase
había unos 13 niños y niñas. Estaban
sentados por clases sociales, situándose en las primeras banquetas los más
adinerados. Mi abuelo y su hermano estuvieron en las últimas.
Me estuvo contando como se les trato, los compañeros
de las primeras banquetas no podían relacionarse con ellos por ser humildes,
esto ocurría en cualquier sitio del pueblo. Vivían en un lugar según su estatus
social. Los más adinerados vivían en la plaza del pueblo, donde se encuentra el
ayuntamiento y la iglesia. En cambio los más pobres vivían por la zona del castillo
(que está en ruinas). Es la zona más alta del pueblo.
Cuando pregunté a mi abuelo, por su profesor, lo
primero que respondió fue que nunca soltó la paleta. Pero nunca pegaba a los ‘’riquillos’’
solo a los obreros. Tenía que hacerlo para obtener beneficio de favores.
También me contaba que los mandaban ir a la iglesia a confesar los pecados y
que el profesor siempre descalificaba a los republicanos.
Mi abuelo llegó a casa con gran entusiasmo para
aprender a leer, pero su padre le había encontrado trabajo, tenía que cuidar a
los cerdos de un señor. Por lo que ese fue su único día en el colegio. Me contó
que aunque le dio mucha pena tener que dejar de ir, era la única posibilidad que
tenían para comer, dependiendo de si algún hermano trabajaba un día podían
comprar unos bollos de maíz que eran su alimento.
Mi abuelo me contaba que aunque eran seis algunas
veces no podían comprar tantos y entonces lo compartían.
Contó con entusiasmo que encontró trabajo en muchos
oficios y siempre tenía alguno para poder llegar dinero a casa. Uno de esos
trabajos fue en el cortijo del pueblo, y el dueño le cogió gran cariño a mi
abuelo. Cuando terminaba de trabajar lo llevaba a su casa y le enseñaba a leer
y escribir. Mi abuelo me contó entusiasmado que aprendió en una semana y se llevaba los libros a casa para
leérselos de nuevo. Pero no pudo comprar ninguno para seguir leyendo. Se los
sabía de memoria, incluso ahora recodaba frases.
A pesar de ser una persona con mucha facilidad y
gran ilusión por aprender, nunca tuvo la oportunidad.
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