El abuelito Miguel en la escuela
En el silloncito de su casa nos espera el abuelito Miguel, de
79 años, de nombre completo Miguel Ponce Palomo nos contó que nació en el año
1933 en medio del caos de la II República. Su infancia quedó marcada por el
hambre durante la Guerra Civil española. Cuenta que su familia era pobre, que
eran muchos hermanos y que su madre se quedó viuda: perdió a su padre por
‘’rojo’’, lo mataron en la guerra.
A día de hoy vive rodeado de sus hijas y nietos en plena
democracia. Miguel, vivo recuerdo de la II República, superviviente de la
guerra, espectador de la transición culmina su vejez en plena democracia.
Miguel se remonta a su infancia y comienza a contarnos su
paso por la escuela. Comenzó a los 4 años, pero no llegó a terminar los
estudios. Nacido en Málaga fue llevado al colegio de la Misericordia que según
nos cuenta, era un colegio de monjas mantenido por el estado para los niños
huérfanos en la guerra.
Recuerda que el colegio era muy grande con tres patios para
las diferentes edades de los niños que eran apelotonados más o menos por grupos
de edades. Era grande el colegio, pero también austero y pobre. Las monjas
mantenían como podían a los huérfanos y les daban una ‘’educación’’. Miguel
nunca sintió que la escuela sirviera para algo y tampoco vio beneficios de
estar allí, no sentía que le educaran, no aprendía nada, por ello se escapó a
los 10 años, quería tener un oficio y ser alguien en la vida.
Lo que más recuerda Miguel, era el hambre que pasaban. Las
comidas tenían bichos, no había higiene por los alimentos e incluso del hambre,
les obligaban a cenar solamente una naranja, incluida su cascara.
El colegio también tenía una capilla para rezar. Las
habitaciones de los niños, las describe como cuarteles viejos y con camas apelotonadas.
‘’ Todos los días nos
levantaban a las cinco de la mañana, teníamos que ir a la capilla a escuchar
misa entorno a las seis y después de desayunar comenzaban las clases. Después
de comer a eso de las cinco, teníamos que rezar el rosario todos juntos.
Volvíamos de nuevo a las clases y que yo recuerde sobre las ocho de la tarde ya
estábamos en la cama esperando el día siguiente.
Nunca podíamos salir de
la escuela, era un internado, solo veíamos a las familias el día de noche buena
y noche vieja, el resto del año lo pasábamos encerrados entre esas 4 paredes.
Que yo recuerde, las salidas que hacíamos eran para el torneo de fútbol y
durante el verano, antes del desayuno sobre las seis de la mañana, nos
obligaban a ir a la playa y meternos en el agua durante un tiempo, no teníamos
bañador propio y solo habían unos cuantos para todos que nos íbamos turnando.
‘’
Las clases eran sencillas, se distribuían por parejas y cada
pupitre tenía un tintero y una pluma para escribir. Los estudios los impartían
las propias monjas, las cuales se dedicaban a la enseñanza de la lectura,
escritura y cálculo. Las clases estaban divididas en niños por un lado y las
niñas por otro. Miguel tiene constancia de que en el colegio había niñas, pero
no mantenían contacto en ningún momento entre ellos. Que el recuerde, le
enseñaron a escribir, leer, realizar cuentas básicas y un poco de geografía de
España. Haciendo memoria, nos cuenta que de vez en cuando se celebraban unas
actividades deportivas, que consistía en unos campeonatos de fútbol entre
colegios en Segalerva.
Nuestro protagonista no recuerda ningún momento feliz en la
escuela, no le gustaba ninguna asignatura y piensa que no hubiera llegado a
nada si se hubiese quedado:
‘’ ¿Qué utilidad tenía
la escuela? Las monjas solo se dedicaban a dictar continuamente textos, frases
y palabras para que aprendiésemos a escribir, nos hacían leer esos mismos
textos que escribíamos y para el cálculo, lo único que hacíamos era hacer
cuentas y más cuentas, todo repetitivo. Y en geografía solo le interesaban que
tuviésemos muy claro los mapas políticos y geográficos de España para que lo
recitáramos como loros ’’
Miguel tristemente nos cuenta como en la escuela se imponía
castigos violentos. Si te portabas mal o hacías una trastada, los castigos
podían ser desde estar de pie mirando a la pared, hasta pegarte con llaves de
hierro en los nudillos. Pero la persona a la que más temían los niños, era al
senador, una especie de conserje encargado de mantener y vigilar la escuela, el
cual tenía el privilegio de imponer castigos muy severos a los niños,
simplemente por hacer cosas de niños.
Finalmente, Miguel concluye la entrevista contándonos cómo a
los 10 años se escapó porque no aguantaba más aquello, si a los 3 días de irte
no aparecías, no podías ser volver admitido en el cole, así fue como Miguel
escapó de aquello y comenzó a colocarse en trabajos como en el oficio de
artesanos o en una frutería. Poco a poco se fue haciendo con un oficio, formó
su familia y a día de hoy vive felizmente para contarnos su historia.
Jesús Camero de Haro
1ºD Grado en Educación Primaria
No hay comentarios:
Publicar un comentario