LA REALIDAD DE UNA ÉPOCA
( la persona a la que se refiere este artículo, en respeto
al derecho a su confidencialidad, prefiere no exponer ninguna fotografía de su
persona)
Esta pequeña historia, es parte de la vida de una persona que como
tantas, sufrió los rigores de la denominada “posguerra”, una época llena sinsabores, miserias y
constante incertidumbre por los abusos,
represalias y en definitiva todo tipo de carencias provocadas de un lado
por la política de autarquía instaurada por el régimen, en durísimas
condiciones por la situación de derrumbe y abandono de los sistemas productivos
y de otro, el aislacionismo al que se verá sometido nuestro país por la mayoría
de los Estados democráticos del mundo, agravando aún más el problema.
Comienza en el año 1935 en San
Fernando de Henares, por aquel entonces un
pequeño pueblo de Madrid, en el seno de una familia muy humilde,
emigrantes de otra región más al norte del país, concretamente de una aldea
llamada Villanueva de la Peña, en Palencia, donde las condiciones de vida eran
insoportables y que por recomendación de un amigo, su padre, encontró la manera
de mantener a su familia trabajando como peón de una finca en la comarca del
Henares. María Cleofé, que así se llama la protagonista, era la cuarta de una familia de ocho hermanos
y me cuenta como anécdota que su padre, al ser tantos y a necesitar a toda la
familia para cualquier tipo de exigencia documentaria, como por ejemplo el
carnet de familia numerosa, llamaba al hijo del vecino para acreditar con su
presencia o a través de una foto que efectivamente era la cantidad de hijos que
decía tener, situación que se daba, me cuenta, por la “repartición” de hijos en
colegios internos.
Empezó a estudiar a la edad de
nueve años, en un colegio público llamado Isabel Clara Eugenia, en el pueblo de
Hortaleza. Este colegio era de régimen interno, por lo que María Cleofé sólo
veía a sus padres en periodo de vacaciones. Su situación era la típica de los
colegios de posguerra, humilde y con grandes carencias materiales, con un gran
patio cerrado, dos pabellones (uno para aulas de estudio y otro como
dormitorios) y que paradójicamente disponía de una alberca que servía a modo de
piscina en época estival. Recuerda que
la mayoría de los alumnos eran huérfanos y que no era capaz de ver en su
memoria algún dato que no fuera …”faltos
de ropa y algo de a hambre…”, pero si recuerda la edad de sus compañeros que
iban desde los nueve años hasta los catorce, difuminándose en su memoria y sin
mucha seguridad, esta última. Las aulas, no muy grandes, con ventanales muy
luminosos, las ocupaban entre cuarenta y cincuenta alumnos, sentados donde
podían. Una única maestra,” la señorita”, de la que no recuerda su nombre, por la que tenía un gran respeto y se dirigía como
“señorita”, impartía las asignaturas de Geografía e Historia, Matemáticas,
Lenguaje y Religión, con turno de mañana
y tarde. Estas asignaturas se apoyaban en lecciones, ejercicios y preguntas al
respecto; tampoco recuerda con exactitud cómo era su forma de enseñarles, pero
vuele a insistirme en la rigidez y orden como característica más acusada. Utilizaba
un cuaderno, algún lápiz por el que miraba con gran esmero, pinturas y mapas. Cuenta que la que más le
gustaba era clase de Historia y que las demás no tanto, …”pero es que además no te podías plantear otra cosa, es lo que había”,
hasta que cumplieras los catorce, quedándose de nuevo con la duda sobre la
veracidad de ésta.
Recuerda con gran claridad lo que
hacían un día cualquiera. Cuando se levantaban por las mañanas, lo primero que hacían era ventilar las camas
(insistiéndome, que desde entonces, se le quedó grabado a fuego cómo hacerlas y
la repercusión que tenía si no lo hacías)…”
bañarnos con agua helada”…, ir a desayunar lo que tocase, asistir a clase y
después de comer, seguían hasta aproximadamente la cinco de la tarde. Posteriormente y aunque no se les podía
denominar como las actividades extraescolares de hoy día, asistían a clases de
baile, canto y deporte… “algo parecido al
baloncesto”…, (me dice).
La influencia religiosa era
palpable, con crucifijos en clase, dormitorios, comedores y aunque no fuese un
colegio tutelado por la iglesia, siempre asistían a algún acto relacionado con
la misma como por ejemplo los domingos,
yendo a la capilla del pueblo …”cantando
canciones de La Falange”…, por lo que la influencia política del nuevo
régimen iba calando sobre sus jóvenes mentes.
Me habla de cómo eran los
castigos, que a diferencia de otras experiencias, me asegura que …”nunca le pegaron ninguna bofetada ni nada que
se le pareciese”…(que ella recordara) aunque sí de tipos de castigos-casi
siempre por …” hablar más de la cuenta”… en clase-como por ejemplo, quedarse sin
postre, quedarse de rodillas, sin recreo, sin ir a pasear al campo con la
maestra, escribir en cien veces no haré tal cosa, entre otros.
Le pregunto si a ella, le sirvió
“de algo” aquellos años, en la escuela, lejos de tu familia y no precisamente
en inmejorables condiciones para algo provechoso en su vida, respondiéndome: …“
¡hombre sí, para ingresar posteriormente
en el Bachiller y encontrar mi primer trabajo como institutriz de una niña
deficiente mental, con la que hice lo que pude”… .
Y después de una bonita charla,
entre cortada por algunas carcajadas de ambos y porque no, también de alguna mirada
perdida, buscando en el horizonte algún dato, alguna experiencia borrada de su
limpia y clara frente, le pregunto: Cleofé, ¿qué destacarías de este tema que te
acabo de preguntar?, a lo que me responde: “sí,
para saber lo corta que es la vida y lo larga que se hace en algunos momentos”.
Autor: Jorge Elviro Bravo Montero.
Asignatura: Hª de la Educación
Curso: 1ºD
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